Introducción

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Hace escasas lunas, Labra me sugirió plasmar por escrito mis divagaciones académicas con el objeto de organizar mis penurias y descubrimientos. Siempre me ha gustado escribir, y dado que esta filosofía la avala el mismísimo Umberto Eco, ¿qué puede objetar un humilde flagelante como yo?

Mi querido lector, ese es el propósito de este repositorio. No esperes grandes historias, personajes memorables o rompedores puntos de vista. Sólo soy un hombre enterrado en el ataúd de quien solía ser, navegando con mano inexperta un bergantín en el mar del conocimiento.

¿Por qué, entonces, está esto público? Bueno, me estás leyendo, ¿no? Quién sabe, quizá saques algo de provecho de esto. Probablemente no, para ser sincero; pero, en mi experiencia, mi anónimo interlocutor, el destino es caprichoso. Acorde a mi conocimiento empírico, la vida se compone en verso. Momentos aislados de nuestra existencia riman de forma misteriosa, entonando una canción ulterior (¿Ainulindalë?). Tal vez esta sea un verso más.

No tiene nada que ver, ¿o sí?, pero mientras escribía esto he pensado recurrentemente en una escena de El Reino de los Cielos. ¿Una metáfora adecuada?

Tras rendir Jerusalén, Balian le pregunta a Saladino: "¿Cuánto vale Jerusalén?". Saladino le responde, "Nada", y se marcha.

Tras caminar unos pasos, Saladino se gira y alza ambos puños a la altura de su pecho. Sonríe.

"¡Todo!"